La imposición de la Díada: cómo el infinitismo epistemológico nos lleva al nietzscheanismo cultural

Existe una famosa paradoja en epistemología, llamada la paradoja del mentiroso: la anterior afirmación es falsa. ¿Es esta afirmación verdadera o falsa? He aquí el dilema: Ouroboros. La serpiente que se muerde la cola ha tenido un simbolismo esotérico muy interesante a lo largo de la historia, creación y destrucción, inicio y fin, eternidad, renovación cíclica, autosuficiencia. El mundo como autopoiesis: se genera y consume a sí mismo, la noción de la repetición infinita constante, la cinta de Moebius, una superficie con una sola cara y un solo borde. Si recorres su superficie, vuelves al punto de partida sin haber cambiado de cara. Lo interior y lo exterior se funden, inversión de identidad, continuidad paradójica, el retorno no es simple repetición, sino transformación. La botella de Klein, superación de la distinción sujeto/objeto. Paradigma del ser que no se contiene dentro de las categorías euclidianas.

Quizá parezcan una retahíla de ejemplos de redundancia, de hecho lo son, pero lo curioso es como manifestamos, quizá, de forma consciente la repetición en nuestras mejores teorías científicas; una postura dominante en nuestras teorías más complejas y sofisticadas es el «infinitismo»: la F-idad de cada X se explica por hechos que involucran un nuevo X que es F, y esto continúa hasta el infinito.

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Si bien, pareciese que la academia no contiene consenso en lo que entendemos como infinitismo, en un sentido pragmático, exegético y osmótico, se practica tan naturalmente como si fuese el respirar; Tomás de Aquino y Aristóteles afirmaban que las regresiones infinitas, en esencia, no son posibles, dado que rompen la lógica de la identidad y el otros principios, que ellos consideraban, del buen pensar, pero no se podría decir de tal manera en Nietzsche, quien, a diferencia de anteriores autores, parece dominar el correlato del contubernio posmoderno, considere por tanto, principios básicos por los que nos manejamos.

En contraste, consideremos los dos principios siguientes:

(i) Cada evento es precedido por otro evento que es su causa;
(ii) La relación x precede a y es irreflexiva (nada se precede a sí mismo), asimétrica (si a precede a b entonces b no precede a a ) y transitiva (si a precede a b y b precede a c entonces a precede a c ).

Esto produce una regresión infinita, al menos desde el supuesto de que hay al menos un evento. Si hay un evento, E₁, entonces es precedido por su causa. Esa causa no puede ser E₁, ya que nada se precede a sí mismo y las causas preceden a lo que causan. Entonces, la causa de E₁ debe ser un nuevo evento, E₂. Este evento es precedido por su causa. Este no puede ser E₂ por las mismas razones que antes, y no puede ser E₁ porque entonces cada uno de E₁ y E₂ precedería al otro en violación de la asimetría. Entonces, la causa de E₂ debe ser un nuevo evento, E₃. E₃ es precedido por su causa. No puede ser E₃ ni E₂ por razones similares a las anteriores. Y tampoco puede ser E₁, pues entonces E₁ precedería a E₃, pero como E₃ precede a E₂, que a su vez precede a E₁, la transitividad implica que E₃ precede a E₁, y por lo tanto, E₁ no puede preceder a E₃ debido a la asimetría. Por lo tanto, la causa de E₃ debe ser un nuevo evento, E₄. Y así sucesivamente…

La filosofía y la ciencia formal parecen no avalar ni a Aristóteles ni a Santo Tomás en estos aspectos, dado que las regresiones infinitas y el infinitismo toman fuerza de la veracidad explícita del orden matemático, pues es tan natural pensar cognosciblemente en un regresión infinta, como pensar en los números infinitos negativos. Podemos contemplar en Nietzsche, y en los conceptores de la Díada metafísica (en contraposición de la mónada), la equidad con los retornos. El ouroboros prefigura el pensamiento nietzscheano: la unidad de creación y destrucción, el mundo como circuito cerrado, sin sentido más allá del propio ciclo. Nuestra cinta de Moebius como la estructura temporal de tiempo afirmado, contínua, no lineal, sin salida. El retorno ocurre, pero hay torsión: el mismo acontecimiento puede vivirse con otra voluntad. El mismo camino, con distinto espíritu. La topología del devenir, Nietzsche busca superar la escisión sujeto/mundo, fin/principio. La botella de Klein representa la vida como un circuito sin exterior, donde la voluntad de poder se pliega sobre sí misma, creando sentido internamente, como un mundo autoafirmado, sin referencia externa.

En términos infinitistas: no hay creencia sin otra que la sostenga, y esa a su vez es sostenida por otra, etc. El método genealógico nietzscheano no busca justificar, sino exponer la procedencia: todo lo que parece sólido tiene un origen histórico, contingente y, a menudo, impuro. Culturalmente, se ha implantado un síndrome del relojero: ¿por qué emerge el reloj? ¿Y la mente? Según la neurociencia, la consciencia surge de un conjunto de elementos cuasi infinitos —biológicos, físicos, neurológicos, musculoesqueléticos, químicos, naturales— que interactúan en una conjunción de sustratos inabarcables, encadenados uno tras otro. El pensamiento nietzscheano, en este sentido, prolonga eternamente el momento. Parece que la pérdida de la trascendente implica ir en infinitas jerarquías explicativas inacabables, hasta que llegas al punto en que te encuentras con una especie de leyes fundamentales, que caen en el misterio mágico de la ciencia, átomo, partícula, ion, taquión, campos cuánticos, gravedad, cuatro fuerzas elementales, materia oscura, la seguidilla infinita, de forma burlesca la meta-teoría de la meta-teoría, meta-meta-meta-meta-meta-meta… entiéndase la broma, que parece no poder acabar.

¿Cómo pueden los preceptos éticos sobrevivir así? quizá sea confiando en Dios, pero ello no parece cuadrar al hombre sabio. No hay creencia sin otra que la sostenga, y esa a su vez por otra, etc. El hombre ha definido a dios como el motor inmóvil, el actus purus, la causa incausada, el primer de los principios, es decir, la totalidad y la finalidad, el fin último. Los modelos Diádicos, no tienen un «fin último», con conexión y generación infinita, No hay «punto arquimédico» desde el cual juzgar. Si la realidad pereciese tener una verdad última, autosustentable y sola por sí misma ¿Por qué hay preguntas infinitas y respuestas infinitas? Si hay infinitas proposiciones ¿Cómo se da la llegada a la verdad última? Si afirmásemos que existe un mundo infinito antes de Dios, nunca podríamos alcanzarlo, esto es la anhedonia espiritual ¿puede el alma morir y suicidarse de aburrimiento por la completa eternidad sometida, como yugo? Toda creencia, si es racional, exige una razón; y toda razón, a su vez, una nueva razón. El pensamiento no se funda: se prolonga, se desliza, se sostiene en una danza perpetua de razones que no llegan nunca al reposo. Como una escalera colgada en el vacío, que se mantiene no porque llegue al suelo, sino porque siempre puede añadirse un peldaño más. La mente, en el infinitismo, no busca «la roca firme de la verdad», sino que aprende a vivir en la intemperie del pensamiento, donde cada certeza es apenas un punto momentáneo de equilibrio en una corriente sin fin.

El Samsara, son nuestras ideas, el ouroboros es la cultura infusa, toda crisis científica es reflejo de toda crisis cultural, la crisis de los preceptos europeos, que culminaba en la causa incausada, se convierte en una difusión oriental, misteriosa, mistérica; pero, se aguardaba en el seno judeo-cristiano un mundo de infinito misterio, pues según la docta cristiana, Dios necesita y requiere de infinitas preguntas y respuestas, pues, abarcarlo, implica conocer que es finito.

No sabemos lo que Dios es, sólo lo que no es.

— Pseudo Dionisio Areopagita

Dios es supra-ente, supra-bien, supra-conocimiento: más allá de toda categoría. El conocimiento humano de Dios es analógico y siempre incompleto, ¿puede la decadencia cultural coordinarse la máxima del bien divino? esto es muy irónico porque parece el devenir del fracaso y el éxito es una suerte de mover espiritual hegeliano, Dios es «in principio», fuente incausada de todo ser, pero no es un objeto más entre otros. El ser de Dios no puede ser agotado ni por el lenguaje ni por el intelecto, así pues, la epísteme divina, es, naturalmente infinitista, ¿irónico? Definitivamente, dicotómico con el logos y la contraposición con el tomismo anti-infinitista desde su máxima raíz doctrinal.

Vera philosophia est meditatio mortis, vera theologia est cognitio ignorantiæ.

(La verdadera teología es conocimiento de la ignorancia.)

— Gregorio de Nisa

El no saber, es el fundamento del infinito saber divino, no hay punto de detención absoluto, ni axioma irreductible, ni creencia última. El pensamiento sobre Dios es una espiral infinita de aproximaciones.

Conviene preguntarse: ¿existe pregunta última a todo? Quisieran muchos, que la realidad no fuese compilación de infinitudes proposicionales, formales e informales, sintéticas y analíticas, evidentes y no evidentes, intuitivas y no intuitivas, la vereda, quizá, pueda ir por el lado del infinito espurio y el infinito no espurio. La «imposición de la Díada» es central. El pensamiento occidental ha oscilado entre modelos monádicos (unidad primordial, como el Uno de Plotino o el Dios tomista) y modelos diádicos o relacionales, en los que el ser no se da en sí, sino en diferencia, en tensión, en relación infinita. La Díada es el principio de dualidad fecunda, de oposición generativa: no una contradicción estática, sino una interminable mediación entre elementos: forma/fondo, sujeto/objeto, voluntad/ley, caos/orden.

Puede ser que esto sea vivaz y enquistado en el posmodernismo, pero el posmodernismo es un falso infinito, es un finito subjetivo dogmáticamente enquistado, desarraigado de lo implica la infinitud de narrativas en el sentido unívoco, la posmodernidad sorpassa como lo meramente análogo a las cosas y las emociones intuitivas. Bien sea, se puede ver una compatibilidad entre el fin último de las preguntas y el infinito danzante de la realidad, si el espacio-tiempo es infinito, esto implica que hemos vivido este momento millones de veces y que nuestra alma ha encarnado millones de veces.

Nuestras mejores teorías parecen indicar que el universo ha muerto y ha revivido infinitas veces, que el espacio-tiempo es infinito y hemos vivido este momento para toda la eternidad, incluso, quizá, el universo empezó a existir hace cinco minutos, de la misma forma que Cristo se fue, Cristo deviene de nuevo en el mundo, de nuevo asciende y de nuevo regresa, ¿no es simbólico? ¿Es Dios infinitista?

Dancemos, entonces, con estilo, el infinito.

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