Lo que le gusta al rosbif son los burócratas

«Dado que el pueblo ha perdido la confianza del gobierno, ¿no sería más fácil disolver al pueblo y elegir otro?».

– Bertolt Brecht, La solución

Esta cita satírica de Brecht encierra, en mi opinión una verdad que va más allá del sentido común. En nuestro tiempo y ya desde hace décadas se habla mucho de organizaciones supranacionales como el Foro Económico Mundial, la UNESCO, la ONU, el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Trilateral, etc. Una narrativa ya un tanto convencional acerca de estos poderes más allá del Estado es que obedecen a oscuros intereses, ya sea de clase (enfoque marxista), de explotación de recursos en el Sur Global/Tercer Mundo (enfoque decolonial), de establecimiento de un gobierno mundial (enfoque «magufo»), de implantación del comunismo a escala global (enfoque libertariano) y otras más. Vengo a proponer que esto pudo ser así en los primeros años tras la fundación de estas instituciones, a comienzos de la década de 1950, cuando los altos funcionarios que les dieron vida, los Alger Hiss o Julian Huxley, todavía eran bastante diferentes en cuanto a sus objetivos políticos y horizonte vital del ciudadano medio de sus naciones, que aún estaban bastante arraigadas en el trabajo agrícola o industrial. La cita de Brecht alude a un gobierno que desconfía de su pueblo y en la narrativa que acabo de presentar la clave está en que desconfía de él porque es diferente.

La profunda verdad subyacente, sin embargo, es que este gobierno de funcionarios que no responden ante nadie, pues no representan a nadie en particular, recelan de su pueblo si es que así pude llamarse a las masas de gente que habitan el llamado mundo desarrollado, porque son alarmantemente semejantes a él. El mundo post 1918 y luego post 1945 trajo definitivamente el fin del sentido de ambos, los aristócratas de la época preindustrial y los trabajadores fabriles de la época industrial, integrando a todos por igual en una sociedad de clase única donde hay productores y consumidores, ricos y pobres, pero todos productores y consumidores que han asimilado un cierto grado de aptitud para la burocracia y la flexibilidad para el cambio de profesión. Esta homogeneidad social puede tener consecuencias funestas para una élite funcionarial como los Hiss y Huxley de antaño, pues, como señala, por ejemplo, Peter Turchin, la sobreproducción de élites puede llevar a que las clases burocráticas, al ser demasiado abundantes y no encontrar ocupaciones suficientes o que les satisfagan, se peleen entre sí por un trozo de la tarta. ¿Qué sentido tiene, desde el punto de vista de alguien que se dedica a la gestión de recursos económicos, tomar medidas conducentes a su decrecimiento, como en el célebre informe del Club de Roma? Desde una perspectiva puramente psicológica, bien podría ser reducir el número de personas que puedan convertirse en funcionarios para que en un futuro no puedan competir con él y los suyos, el clásico «darle una patada a la escalera».

En cambio, a mi modo de verlo, la motivación excede la psicología individual del secretario general de las Naciones Unidas o del presidente de turno del Foro Económico Mundial. Toda élite, para perpetuarse, necesita distinguirse y desembarazarse de las que le precedieron y de quienes podrían arrebatarle la legitimidad. El primer caso ya lo hemos relatado brevemente, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial se cerraron irreversiblemente el ciclo tanto preindustrial como el industrial y el aristócrata y el abanderado de los proletarios fueron enterrados bajo lo que Werner Sombart denominaba como origen del capitalismo, el rosbif. Todos, felizmente, pudieron convertirse en burócratas de mayor o menor hacienda y escala.

Lo que ha venido tras el hundimiento irrevocable del socialismo, que devino en reliquia del siglo XIX, en 1991, ha sido la apertura de un nuevo ciclo en que los burócratas, conscientes de ser demasiados, tratan de afianzarse en el poder restringiendo quién puede acceder a sus filas. Y con franqueza, les ha tocado en suerte una de las tareas históricas más fáciles que se hayan podido desempeñar, muy en consonancia con el fondo de la vida burguesa, que comenzó su andadura pregonando la lucha por la vida para acabar lidiando con la lucha contra el colesterol. La sociedad de clase única ya mencionada, construida a imagen y semejanza del funcionario de las Naciones Unidas es acomodaticia e indolente, (servidor no se excluye), y se torna todavía más canallesca y despreciable en su denigración del pasado y del futuro, de los ancianos y de los jóvenes, de su ombliguismo espacio-temporal.

El funcionario economista, demóscopo, sociólogo, todólogo lo tiene muy fácil para desarticular y cambiar a su antojo la sociedad que capitanea, pues no va a encontrar una oposición muy cohesionada ni vehemente ante sí. Basta con no quitarles a las actuales clases burocráticas (que pobres o ricas, son las que quedan) el rosbif, pero se puede trastocar, retorcer, distorsionar y deconstruir todo lo demás. Se les puede extirpar la necesidad y la vocación de tener hijos, porque, en fin, eso es un lastre para el confort, una carga para el desarrollo de la carrera profesional, un obstáculo para la resolución del cambio climático: burócratas dirigentes y burócratas acólitos están del mismo lado. Se les puede convencer de que sus opciones de consumo de productos, si bien no eliminadas, deben ser modificadas de forma radical, no en vano, son muy perjudiciales para el medio ambiente. Habrá rosbif, pero se hará a partir de gusanos de seda y guisantes congelados: nadie se opone sustancialmente. Se les puede desgajar del bagaje cultural, religioso e incluso idiomático de sus ancestros. De todos modos ellos mismos reconocen que estas nociones son anticuadas y lastran su autorrealización personal: lejos de oponerse, burócratas de bajo rango son grandes entusiastas de desprenderse de ritos, mitos, lugares comunes y dialectos preteridos. Se les puede, en suma, arrebatar la proyección más allá de su tiempo vital. Por tanto, quien haga planes a varias décadas vista puede con facilidad determinar el aspecto que tomará la sociedad postburocrática. Y en esas nos encontramos.

Rodrigo Valentín
Rodrigo Valentín