Un nuevo arado digital

En palabras de Paul Virilio será lo virtual lo que destruirá a lo real. No obstante, esto sería una explicación incompleta de la época a la que asistimos. Por contra, la tecnología como potencia numinosa que ha llegado a presidir nuestras vidas está socavando la virtualidad, el potencial del ser humano, para convertirse en una realidad inescapable.

En la afirmación de Paul Virilio de que lo virtual destruirá a lo real podemos introducir una disquisición de orden semántico: en la raíz etimológica de la palabra «virtual» están tanto «vir», hombre, como «vis», fuerza. En la actualidad asistimos, mayoritariamente pasivos, a los últimos avances en la tecnología de la inteligencia artificial que, en efecto, pretenden desplazar el eje de gravedad de la vida del común de lo real a lo virtual, dando la razón a lo dicho por el francés y, sin embargo, en todo ello, no se puede dejar de advertir una perversión en el lenguaje. 

Si al ámbito de la electrónica y la informática se le ha conferido este apelativo de lo «virtual», no deja de poder ser calificado como una paradoja del destino que, lo que en un remoto origen lingüístico designaba al hombre («vir»), hoy sea el instrumento con el que los señores de la tecnociencia pretenden trascender el estatuto de lo humano. En este sentido podríamos hacer varias inferencias elementales que se extraen del puro uso del lenguaje: si lo virtual es donde reside el poder y al mismo tiempo designa a mundos electrónicos alojados en servidores en la red, es empíricamente observable que sujeto de poder deja de ser el hombre y comienza a serlo la máquina, además y por añadidura en una inversión completa del significado originario de la palabra. Hoy uno se puede hacer eco de la reciente noticia de que en un breve lapso de tiempo el ordenador cuántico estará a disposición del usuario comercial, con el fin de, entre otros, hacer cálculos complejos para resolver problemas en campos variados. 

Lo que en buena razón puede percibirse como otro logro de la técnica, tener al alcance del particular una máquina que a uno le permite calcular por encima de las propias capacidades intelectivas, no deja de darle al que suscribe como mínimo una sensación ambigua. Y es que, llevándole la contraria al autor, parece ser esta nueva realidad hiperreal tecnológica la que está despojando de virtualidad al hombre, relegándolo al uso de los artilugios electrónicos para seguir siendo relevante.

El desvanecimiento de la virtualidad del hombre no queda exento de paradojas. En el curso del desarrollo de esta tecnología puntera, parece que el hombre va derecho, reencaminado, hacia el muy denostado mundo mítico, de la superchería y la creencia no verificable que abominaban los muy racionalistas ilustrados dieciochescos. Volvemos a la bruma histórica y la tiniebla que sólo interrumpe el rayo de páter Zeus, el rayo machadiano que fulmina al olmo, sólo que en nuestro tiempo es el hombre quien ha desencadenado el proceso que da lugar a la corriente eléctrica desbocada. Esta electricidad se ha convertido en objeto de adoración del propio hombre, sustituyendo a la naturaleza desnuda por la esculpida por el intelecto humano, con la problemática de que, del mismo modo que en tiempos remotos la sensación de pasividad frente a las fuerzas del cosmos inmediato compungía al hombre, este nuevo cosmos mediato compuesto del trabajo de los metales como el vanadio, los minerales como el coltán y los procesos químicos vienen a decir que su inventor queda a merced de las repercusiones de su invención. Con la añadidura de que se diría que si la persona se había desgajado de la naturaleza era para dominarla, sin embargo ha encontrado que el mundo de su propia invención, una naturaleza reacondicionada para, en principio, su uso y disfrute, lo hace igualmente o incluso más servil que lo hiciera el entorno desprovisto de la tecnología más rudimentaria, como fuera el mundo del cazador-recolector prehistórico.

De algún modo vuelve la bestia de carga. De la misma manera que la cobaya de laboratorio sigue un sendero delimitado por paredes de vidrio con bifurcaciones dispuestas por el artífice de un experimento de la conducta, igual que el buey con su fuerza de tracción hace surcos en la tierra que va a ser sembrada, la persona contemporánea con su pauta de comportamiento electrónico va a arar los surcos que serán sembrados por la inteligencia artificial, cuyo fin de invención, entre otros, es mejorar, superar, rebasar, hacer obsoleta la naturaleza del hombre. Que esto pueda finalmente materializarse en su más alta expresión, o no, deja de ser tan relevante como el hecho examinado por sí mismo.

La misma tecnología que, se nos decía en siglos pasados y a la que muchísimos fían el futuro, venía a relevar e incluso liberar al hombre de las cargas más onerosas y peligrosas de sus trabajos se ha transformado a la postre en un amo al que el hombre le dedica su trabajo y el fruto de su trabajo, su ocio, sus anhelos, sus decisiones vitales más básicas, como con quién formar una familia, de quién rodearse, qué creencias adoptar, con qué aficiones ocupar el tiempo libre. La tecnología ha venido a ser un numen mucho más implacable e ineludible que cualquiera ligado a la naturaleza en que pudieran creer los hombres de tiempos neolíticos. En este sentido, no, Virilio se equivocaba en su aforismo. Lo real electrónico destruirá lo virtualmente humano introduciendo al hombre en su propia realidad acotada.

Rodrigo Valentín
Rodrigo Valentín